El mito, como forma de conciencia, ligado a las pulsaciones de la vida, nunca pierde vigencia. Su resonancia sigue teniendo valor y fuerza fundacionales para la comprensión y la proyección de nuestros actuales espacios y tiempos.
En el Archipiélago de Chiloé la vida reside en su mito fundante. Aparece en la vida silvestre y los bosques, en los cursos de agua, en el bordemar, en sus habitantes humanos y no humanos. Sobre su desparramada geografía, en lucha permanente con el habitante y su obra, Cai Cai Vilú, la serpiente del mar, y Ten Ten Vilú, la serpiente de la tierra, han estado siempre presentes, como otros mitos en las gestas fundacionales de los pueblos de nuestro continente.
Ese mito transformado en conciencia y relato por los pueblos de este territorio/maritorio, explica el encuentro y desencuentro entre lo humano y lo divino que dio origen al mundo natural que los rodeaba. Aún se sabe de la Pincoya y su vital mirada de mujer/pez. Y del Piuchén, defensor del bosque y de las aguas dulces esenciales.
Por lo mismo, el pensamiento mítico legitima una identidad desde Chiloé que se hermana con todo el continente, pues compartimos un origen similar, poético y sagrado que nos vincula con nuestra más profundo modo de ser, una identidad ancestral, una convivencia en equilibrio con la naturaleza.
Han transcurrido cerca de 40 años desde el primer SAL en Buenos Aires, auto convocado por inquietos arquitectos y arquitectas para reflexionar sobre la especificidad de la arquitectura continental y poner en relación los nuevos pensamientos con su práctica posible.
En esas cuatro décadas el mundo ha cambiado y sigue cambiando a una velocidad inusitada: los residuos se procuran reciclar; las economías locales buscan ser circulares; los bosques sufren como nunca; la madera hace posible edificios en altura; los masivos desplazamientos humanos son migraciones transnacionales; el cambio climático es una realidad y seguimos siendo testigos de guerras que se manejan desde centros remotos donde se normaliza la violencia y la agresión sin límites.
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IIº SAL, Buenos Aires, diciembre de 1986. Reunión de camaradería. De pie, de izquierda a derecha: Gustavo Medeiros, Ramón Gutiérrez, Marina Waisman, Severiano Porto, Jorge Rubiani, Silvia Arango, William Niño, Lala Méndez Mosquera, Rogelio Salmona, Cesar Carli, Marta Levisman, Juan Manuel Borthagaray, Marina Méndez Mosquera y Josefina Rodríguez Bauzá. Sentados: Edward Rojas, Togo Díaz, Adriana Irigoyen, Marcelo Martín, por detrás un colega y Graciela Viñuales; abajo, Horacio Pozzo, Sandra Méndez Mosquera, Miriam Chandler, Ruth Verde Zein, Julio Cacciatore y Giancarlo Puppo.
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Desde el Archipiélago de Chiloé, residencia de un gran pensamiento mítico del sur del planeta, convocamos al continente entero, sobreviviente de dictaduras y pandemias, a re-encontrarnos, tal como los participantes emergentes y consagrados del Primer y Segundo SAL, para revisar las preguntas de siempre –intangibles, humanistas, apropiadas…– y proponer otras nuevas. Es el momento de evaluar críticamente aquellas reflexiones que algún día se hicieron en los diferentes Seminarios de Arquitectura Latinoamericana.
De ese modo, las preguntas de siempre, esta vez alumbradas por el pensamiento mítico y sus ejemplos locales, pueden ser la base para retomar el contenido y práctica del Seminario que nos convoca. Se trata de remirarnos, revolvernos y renovarnos para salir a enfrentar el reto contemporáneo de nuestro quehacer.
Desde los actos propuestos surgen las preguntas…
RE MIRAR: ¿Cómo resignificar los mitos de origen hacia un pensamiento que mantenga nuestra autenticidad continental?
RE VOLVER ¿Cómo transitar ritualmente hacia nuevos mitos para mantener nuestra integridad?
RE NOVAR ¿Cómo desde el prestigio del mito se puede regresar a una dignidad sensible de nuestro quehacer?
El mito hoy nos ofrece y regala en Chiloé un desafío: una “residencia en la tierra”, una posibilidad original, una mirada crítica, una oportunidad para “darle más vida a la vida” como subrayó la esencial Violeta Parra. |